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...el Rastro sigue...

Sobre el discurso de Sarkozy en San Juan de Letrán. Plotino.

A mayor abundamiento …

“Dialéctica de la secularización”.  Sobre la razón y la religión

(Joseph Ratzinger versus Jürgen Habermas)

Si algo se desprende, a modo de corolario, del discurso de Nicolas Sarkozy en la hermosa basílica romana de San Juan de Letrán en diciembre del pasado año, es que la Francia laica, hija de la Revolución, del Terror y del Imperio y nieta de la Enciclopedia, las Luces  y la Ilustración, debería mirar, aunque tan sólo sea de soslayo, al discurso, recurso y transcurso de las religiones que durante los últimos treinta-y-algunos siglos han jalonado, este hoy atrabiliario, Occidente.

No resulta desde luego indiferente, analizar y valorar el discurso arcano, profético y revelador de las grandes religiones que han conformado este occidente cristiano que tenemos, un occidente europeo, que mal que les pese a tirios y troyanos, se ha configurado a través de cuatro ingredientes básicos, pero no elementales: el helenismo, el romanismo, el germanismo y, por supuesto el cristianismo, elemento transversal y vertebrador de los anteriores:

La antigua Grecia, adquiriendo la conciencia de ser una identidad opuesta a Persia, como dice Christopher Dawson : “Es en los griegos de donde sacamos los caracteres más distintivos del Occidente en cuanto opuesto a la cultura oriental: nuestras ciencias y filosofía, nuestra literatura y arte, nuestro pensamiento político y nuestras concepciones de la ley y de las instituciones de gobierno libre” en definitiva, el valor del hombre y su racionalidad, como hoy todavía los entendemos. Luego Roma, que transmitió a los cuatro vientos, nunca mejor expresado, el legado helénico, herencia que había asimilado como suya en gran medida, añadiéndole su genio creador y, sobre todo, su capacidad de construir, organizar y conservar; todo su claro sentido de la política y del ordenamiento jurídico, de su eficaz disciplina y organización civil y militar, de su inapelable juicio en la organización del imperio, mediante soberbias infraestructuras y sólidas instituciones. Más tarde llegó el Cristianismo que infundió al Imperio un nuevo aliento para sostener estructuras cívicas y religiosas un tanto caducas; una brisa de aire nuevo y una tempestad que arrasó con cultos y mitos fuertemente enraizados, pero ya desgastados. Finalmente, los pueblos bárbaros, sobre todo germánicos, que aportaron, casi en sincronía con el cristianismo, savia nueva y revitalizadora con valores ya obsoletos en el Imperio, como los de lealtad, comunidad o hermandad.

Probablemente, el discurso de San Juan de Letrán se convertirá en luz de gas, dentro del actual estruendo mediático y convulso, en donde el ruido y la furia prevalecen frente a la quietud y el sosiego. Pero aún así, merece la pena subrayar el acontecimiento, al menos como punto de inflexión en un país que ha sido durante muchos años el adalid de la razón y del laicismo. Quiere decir, parece, su presidente, que una Francia republicana y laica no debe olvidar, que si bien dos siglos de positivismo y razón han construido un Estado unitario, homogéneo y grande, la libertad individual, enarbolada como estandarte de hegemonía y prevalencia, se verá seriamente mermada por la intolerancia y la soberbia de un laicismo exacerbado. A este respecto, conviene, quizás -no sin aventurar detractores-,  que hay una definición de laicidad-distinta a otra que podría denominarse laicista-, de la sociedad. Sería aquella concepción neutra, e incluso probablemente sólo etimológica (como contraposición a lo sagrado), que confiere a la sociedad un estatus de lega, pero no indiferente, en materia religiosa.

Hechas estas consideraciones, no es baladí, por tanto, aprovechar el discurso de San Juan de Letrán  para abundar en el siempre vidrioso conflicto entre fe y razón. Para ello, que mejor que dos personalidades que representan, dentro de uno y otro territorio intelectual, las más altas cotas de discernimiento, rigor y ecuanimidad. En 2004, antes de su elección como Santo Padre, el cardenal Joseph Ratzinger se ofreció para un diálogo sobre la razón y la religiosidad, con el filósofo, también alemán, Jürgen Habermas.  En ese instructivo y sedante diálogo, en la Academia Católica de Baviera, se encuentran no pocas claves de las que entre líneas se aprecian en el discurso de San Juan de Letrán.

El profesor J Habermas, premio Príncipe de Asturias 2004, en el diálogo con el cardenal J Ratzinger, sostiene que: (1) “los ciudadanos laicos han  de esforzarse por entender la perspectiva religiosa por más que no la compartan, contribuyendo activamente, al proceso de traducción de los contenidos normativos de las tradiciones religiosas a un lenguaje comprensible para todos. Con el paso de los siglos, en el cauce de esas tradiciones se han ido sedimentando percepciones morales, ideales de justicia y de vida nueva que hoy van siendo borrados por la lógica del mercado”. Habermas está persuadido de que “la humanidad occidental, enfrentada a una creciente pérdida de sentido, se encuentra hoy muy necesitada de ese bagaje moral. (…) No es necesario ser creyente para sacar provecho de la enseñanza bíblica, En definitiva ¿por qué habría de ignorar los recursos (…) que le brinda la sabiduría moral decantada en las tradiciones religiosas?”

El cardenal J Ratzinger, empeñado en subrayar el papel que desempeña la razón en el seno de la religión cristiana, sostiene que: “el cristianismo, ya desde sus inicios, se entendió como una religión ilustrada, como prueba su temprana alianza con la filosofía griega. Al optar por el Dios de los filósofos frente al Dios de las religiones se suma al esfuerzo desmitologizador del pensamiento racional. (…) Entra en escena como síntesis de fe y razón, como religión ilustrada que hace creíble su pretensión de ser la religio vera. (…) esta síntesis de razón y fe es consustancial al cristianismo que no quiera degradarse en fideísmo.”

Bien, como tema de discusión se propuso la siguiente pregunta: ¿El Estado liberal secularizado necesita apoyarse en supuestos normativos prepolíticos, es decir, en supuestos que no son el fruto de una deliberación y decisión democrática, sino que la preceden y la hacen posible?

El profesor Habermas, comienza con una respuesta negativa que argumenta racionalmente, pero que matiza clarividentemente. Una respuesta fundada en el liberalismo kantiano, por el desarrollado. A su juicio: “… el propio proceso democrático es capaz de salir garante de sus presupuestos normativos, sin necesidad de recurrir para ello a tradiciones religiosas o cosmovisivas.” No obstante precisa, que en un mundo globalizado, los mercados han adquirido tal dimensión que escapa incluso a cualquier control democrático, por lo que entre los ciudadanos se fomenta la impresión de estar sometidos a mecanismos incontrolables que favorecen inequívocamente la apatía en la participación política. Es por ello que entiende: “… la secularización hoy debe ser un proceso de aprendizaje recíproco, entre el pensamiento laico heredero de la Ilustración y las tradiciones religiosas, (…) ya que éstas, pueden aportar un rico caudal de principios éticos (…)”.

El cardenal Ratzinger, se refiere también al contexto histórico actual, al encuentro de distintas culturas y al poder destructivo de la técnica humana, sosteniendo que: “… no está claro que la democracia, pese a ser el mejor régimen político, esté en condiciones de garantizar una base ética, que regule la convivencia de los hombres y los pueblos.” ¿Pueden las religiones aportar los fundamentos éticos de una regulación jurídica? se pregunta Ratzinger. Como entiende que desviaciones y patologías hay tanto en las religiones como en la razón, insiste en el diálogo permanente entre ambas. “En Europa, (…) habrá de tener de interlocutores principales a la razón occidental secularizada a la religión cristiana, pero sin excluir a las demás culturas.”

Finalmente, y como colofón de su discurso, el profesor Habermas, concluye de forma brillante: “Ya que el Estado liberal precisa de la integración política de los ciudadanos, más allá del simple modus vivendi, es necesario que la separación de papeles … (entre la comunidad religiosa y el entorno social exclusivamente civil)… no se reduzca a una mera adaptación cognitiva del ethos religioso a las leyes impuestas por la sociedad laica. (…) El concepto de tolerancia en sociedades pluralistas concebidas liberalmente no sólo considera que los creyentes, en su trato con no creyentes o creyentes de distinta confesión, son capaces de reconocer (…) cierto tipo de  disenso, sino que por otro lado también se espera la misma capacidad de reconocimiento de los no creyentes en su trato con los creyentes.” Continúa: “La neutralidad cosmovisiva del poder estatal, que garantiza las misma libertades éticas para todos los ciudadanos, es incompatible con la generalización política de una visión del mundo laicista. Los ciudadanos secularizados, en cuanto (…) ciudadanos del Estado, no pueden negar por principio a los conceptos religiosos su potencial de verdad, ni pueden negar a los ciudadanos creyentes su derecho a realizar aportaciones en lenguaje religioso a las discusiones públicas.

En su corolario final, el cardenal Ratzinger, -cerrando el diálogo- coincide en gran parte con Habermas en las claves del diagnóstico sobre la sociedad postsecularizada y sobre la autolimitación por ambas partes. Resume, no obstante, su visión personal en dos tesis: 1. “Correlación necesaria entre razón y fe, razón y religión, que están llamadas a purificarse y regenerarse recíprocamente,…”. 2. “Sin duda los dos agentes principales (…) son la fe cristiana y la razón laica (…) sin caer en un falso eurocentrismo. Ambas caracterizan la situación actual como ninguna otra fuerza cultural. Pero ello no significa que nos podamos desentender de las demás culturas (…)”.

Madrid, 23 de febrero de 2008

(1) Del PRÓLOGO de Leonardo Rodríguez Duplá, para la publicación en castellano del texto “Dialéctica y Secularización” en Ediciones Encuentro, S., Madrid. 2005.

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