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La sombra sevillana de Potemkín.

La sombra sevillana de Potemkín.

Ilustrado, universitario, oficial de Caballería, querido estable de Catalina la Grande, miembro de su Consejo de Estado, la embarcó, en 1787, en el "Tour de Crimea", con el designio de mostrarle las mejoras y avances de un país que sólo existían en su imaginación

Hubiera sido un estupendo realizador cinematográfico. Consiguió construir, para los ojos de la Zarina, una realidad enteramente virtual. 

Cuenta Gustavo Morales, en "El nuevo cojo", cómo Catalina se trasladaba en un gigantesco trineo, donde pasaba el tiempo con algunos de los cuarenta mil miembros de su cortejo, y cómo, a lo largo de la ruta, encontraba estaciones de relevo donde esperaban hasta quinientos caballos frescos, para no detener su viaje, y en cada una de ellas lloraba de emoción al ver los logros de su amado Potemkin. Pero todo era una ilusión: de las casas, sólo había sido pintada la pared que daba hacia el camino por donde pasaría la Zarina. Los viejos y enfermos habían sido encerrados lejos de los pueblos. Árboles y arbustos de papel tapaban cualquier defecto de la arquitectura local. Se prohibió a todos los residentes mendigar a la Zarina y maestros de actuación les enseñaron a expresar su felicidad con sonrisas. Todo el mundo debía estar feliz.

Según detallaba La Razón el pasado 23 de septiembre, la Junta de Andalucía ha llevado a cabo una excursión de periodistas, en autobús, por el conocido barrio sevillano de las "Mil Viviendas",  para mostrar los grandes logros conseguidos en la zona. Antes, como si Potemkin lo hiciera, el viaje había sido perfectamente planificado. En una zona caracterizada por el aislamiento, la delincuencia, la droga y el deterioro material, se puso todo a punto y se apostó en cada esquina a un agente de la Policía Nacional, previa retirada de la circulación de quienes no debían ser vistos.

Y el que quiera tragar la bola, que la trague. Sea Catalina, sean los infelices sevillanos.

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