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...el Rastro sigue...

Rabitos de pasa.

Dos dicharacheros componentes del maquis rememorando alegremente sus crímenes.

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Imágenes de lo que aquéllo fue, para enseñar al que no sabe.

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Sarkozy: Francia necesita católicos convencidos.

Sarkozy: Francia necesita católicos convencidos.

Sarkozy puede ser un frívolo y hasta un pendón. Puede tener defectos aún más graves, como ser gabacho, pero la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Y las miserias de una conducta no menguan la excelencia de las convicciones que se sostienen.

Parece interesantísimo el discurso que, con motivo de su investidura como canónigo de San Juan de Letrán, ha pronunciado sobre la aportación de la fe cristiana a Francia, en el que hace un análisis de la realidad pasada y actual de su nación que vendría bien a muchos laicos, y a muchos curas, leer. Salpimentado del chovinismo que es propio de la fille aînée de l'Eglise, si se quiere, pero excelente.

El discurso, se diría, es de los que dejan a la clase política española a la altura de las alpargatas. Mientras el Gobierno español emprende su campaña comecuras (el anticlericalismo como enfermedad infantil) y mientras el PP calla, cohibido, cobarde, el presidente de la muy laica República francesa se ha presentado en el Vaticano para explicar a la curia que Francia, sin dejar de ser un estado neutral en materia religiosa, sin embargo concede el mayor valor al hecho religioso, a las iglesias y a la tradición católica francesa. Fue el pasado 20 de diciembre en Roma.

Nadie, casi nadie, ha prestado en España la atención que este discurso merece. Es, incluso, difícil de encontrar. Por eso se reproduce aquí, en síntesis tomada de "El manifiesto", trasladada a formato .doc.


"Al venir esta tarde a San Juan de Letrán y aceptar el titulo de canónigo de esta basílica, conferido por primera vez a Enrique IV y transmitido desde entonces a casi todos los jefes de Estado franceses, asumo plenamente el pasado de Francia y ese lazo tan particular que durante tanto tiempo ha unido a nuestra nación con la Iglesia.

Fue con el bautismo de Clodoveo como Francia se convirtió en hija primogénita de la Iglesia. Esos son los hechos. Al hacer de Clodoveo el primer soberano cristiano, este acontecimiento tuvo consecuencias importantes para el destino de Francia y para la cristianización de Europa. En múltiples ocasiones después, a lo largo de su historia, los soberanos franceses tuvieron ocasión de manifestar la profundidad del vínculo que les ligaba a la iglesia y a los sucesores de Pedro. Tal fue el caso de la conquista por Pipino el Breve de los primeros estados pontificios o de la creación ante el Papa de nuestra más antigua representación diplomática.

Más allá de los hechos históricos, si Francia mantiene con la sede apostólica una relación tan particular es sobre todo porque la fe cristiana ha penetrado en profundidad la sociedad francesa, su cultura, sus paisajes, su forma de vivir, su arquitectura, su literatura. Las raíces de Francia son esencialmente cristianas. Y Francia ha aportado a la irradiación del cristianismo una contribución excepcional. Contribución espiritual y moral por la fuerza de santos y santas de universal alcance: San Bernardo de Claraval, San Luis, San Vicente de Paul, Santa Bernadette de Lourdes, Santa Teresa de Lisieux... Contribución literaria y artística: de Couperin a Peguy, de Claudel a Bernanos, Vierne, Poulen, Duruflé, Mauriac o Messiaen. Contribución intelectual, tan cara a Benedicto XVI: Pascal, Bossuet, Maritain, Mounier, Lubac, Girard...

Permítaseme también mencionar la aportación determinante de Francia a la arqueología bíblica y eclesial, aquí en Roma, pero también en Tierra Santa, así como a la exégesis bíblica, en particular con la escuela bíblica y arqueológica francesa de Jerusalén.

(...)

Las raíces cristianas de Francia son también visibles en esos símbolos que son los establecimientos píos, la misa anual de Santa Lucía y la de la capilla de Santa Petronila. Y luego está además, por supuesto, esta tradición que hace del presidente de la republica francesa, canónigo de honor de San Juan de Letrán. Esto no es cualquier cosa: es la catedral del Papa, es la "cabeza y madre de todas las iglesias de Roma y del mundo", es una iglesia inscrita en el corazón de los romanos. Que Francia esté unida a la iglesia católica por este título simbólico, es la huella de esta historia común donde el cristianismo ha contado mucho para Francia y Francia ha contado mucho para el cristianismo. Y es así como, con toda naturalidad, he venido yo, como antes el general de Gaulle, Giscard d' Estaing y más recientemente Jacques Chirac, a inscribirme felizmente en esta tradición.

Tanto como el bautismo de Clodoveo, la laicidad es igualmente un hecho incontestable en nuestro país. Conozco bien los sufrimientos que su ejecución provocó en Francia entre los católicos, entre los sacerdotes, entre las congregaciones, antes de 1905. Sé también que la interpretación de aquella ley de 1905 como un texto de libertad, de tolerancia y de neutralidad es en parte una reconstrucción retrospectiva del pasado. Fue sobre todo por su sacrificio en las trincheras de la Gran Guerra, compartiendo los sufrimientos de sus conciudadanos, como los sacerdotes y religiosos de Francia desarmaron al anticlericalismo, y fue su inteligencia común lo que permitió a Francia y a la Santa Sede superar sus querellas y restablecer sus relaciones.

Nadie cuestiona ya que el régimen francés de laicidad es hoy una libertad: libertad de creer o no creer, de practicar una religión y de cambiarla por otra, de no ser afectado en su conciencia por prácticas ostentatorias, libertad para los padres de hacer que se dé a sus hijos una educación conforme a sus convicciones, libertad de no ser discriminado por la administración en función de las propias creencias.

Francia ha cambiado mucho. Los franceses tienen convicciones más diversas que antes. A partir de ahí la laicidad se ha afirmado como una necesidad y una oportunidad. Se ha convertido en una condición de la paz civil. Y por eso el pueblo francés ha sido tan ardiente para defender la libertad escolar como para desear la prohibición de signos ostentatorios en la escuela.

Siendo así, la laicidad no podría ser la negación del pasado. La laicidad no puede cortarle a Francia sus raíces cristianas. Ha intentado hacerlo; no habría debido. Como Benedicto XVI, yo considero que una nación que ignora la herencia ética, espiritual, religiosa de su historia, comete un crimen contra su cultura, contra esa mezcla de historia, patrimonio, arte y tradiciones populares que impregnan tan profundamente nuestra manera de vivir y de pensar. Arrancar la raíz es perder la significación, es debilitar el cimiento de la identidad nacional y secar aún más las relaciones sociales, que tanta necesidad tienen de símbolos de memoria.

Por eso debemos mantener juntos los dos extremos de la cadena: asumir las raíces cristianas de Francia e incluso revalorizarlas, sin dejar de defender una laicidad que al fin ha llegado a su madurez. Ese es el sentido de mi presencia en San Juan de Letrán.

Ha llegado el tiempo de que, en un mismo espíritu, las religiones, y en particular la católica, que es nuestra religión mayoritaria, y todas las fuerzas vivas de la nación miren juntas a los desafíos del futuro y no sólo a las heridas del pasado.

Comparto el juicio del Papa cuando considera, en su última encíclica, que la esperanza es una de las cuestiones más importantes de nuestro tiempo. Desde el Siglo de las Luces, Europa ha experimentado muchas ideologías. Ha puesto sucesivamente sus esperanzas en la emancipación de los individuos, en la democracia, en el progreso técnico, en la mejora de las condiciones económicas y sociales, en la moral laica. Se extravió gravemente en el comunismo y en el nazismo. Ninguna de estas diferentes perspectivas -que evidentemente no pongo en el mismo plano-ha estado en condiciones de satisfacer la necesidad profunda de hombres y mujeres de encontrar un sentido a la existencia.

Por su puesto, fundar una familia, contribuir a la investigación científica, enseñar, combatir por ideas, en particular si son las de la dignidad humana, dirigir un país, todo eso podría dar sentido a una vida. Esas son las pequeñas y grandes esperanzas "que día a día nos mantienen en camino", para retomar los propios términos de la encíclica del Santo Padre. Pero ellas no responden por sí mismas a las preguntas fundamentales del ser humano sobre el sentido de la vida y el misterio de la muerte. No saben explicar lo que pasa antes de la vida y lo que pasa después de la muerte.

Estas preguntas se las han hecho todas las civilizaciones en todos los tiempos. No han perdido ni un ápice de su pertinencia. Al contrario. Las facilidades materiales cada vez mayores de los países desarrollados, el frenesí del consumo, la acumulación de bienes, subrayan cada día más la aspiración profunda de las mujeres y los hombres a una dimensión que les supere, porque esa aspiración nunca ha estado menos satisfecha que hoy.

"Cuando las esperanzas se realizan -prosigue Benedicto XVI- se revela claramente que en realidad eso no es todo. Parece evidente que el hombre tiene necesidad de una esperanza que vaya más allá. Parece evidente que sólo puede bastarle algo infinito, algo que siempre será lo que él nunca podrá alcanzar. (...) si no podemos esperar más que lo accesible, ni más que lo que podamos aguardar de las autoridades políticas y económicas, nuestra vida se reducirá a una vida privada de esperanza". O también, como escribía Heráclito, "si no esperamos lo inesperable, no lo reconoceremos cuando llegue".

Mi convicción profunda, de la que he hablado sobre todo en el libro de entrevistas que publiqué sobre la República, las religiones y la esperanza, es que la frontera entre la fe y la no-creencia no está y nunca estará entre quienes creen y quienes no creen, porque en realidad pasa a través de cada uno de nosotros. Incluso quien afirma no creer, no puede negar que se hace preguntas sobre lo esencial. El hecho espiritual es la tendencia natural de todos los hombres a buscar una trascendencia. El hecho religioso es la respuesta de las religiones a esta aspiración fundamental.

Ahora bien, durante mucho tiempo la república laica subestimó la importancia de la aspiración espiritual. Incluso tras el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Francia y la Santa Sede, se mostró más desconfiada que benevolente respecto a los cultos. Cada vez que dio un paso hacia las religiones, ya se tratara del reconocimiento de las asociaciones diocesanas, de la cuestión escolar, de las congregaciones, dio la impresión de que actuaba así porque no podía hacerlo de otro modo. Hasta 2002 no aceptó el principio de un diálogo institucional regular con la Iglesia Católica. Que se me permita recordar también las virulentas críticas de que fui objeto por la creación del consejo francés del culto musulmán. Aún hoy, la Republica mantiene a las congregaciones bajo una forma de tutela, rehúsa reconocer carácter cultual a la acción caritativa o a los medios de comunicación de las iglesias, de mala gana reconoce el valor de los títulos otorgados por los establecimientos de enseñanza superior católicos (aunque la convención de Bolonia los prevé), ni concede ningún valor a los diplomas de teología.

Creo que esta situación es dañina para nuestro país. Por supuesto, los que no creen deben ser protegidos de toda forma de intolerancia y de proselitismo. Pero un hombre que cree, es un hombre que espera. Y el interés de la República es que haya muchos hombres y mujeres que esperan. La desafección progresiva de las parroquias rurales, el desierto espiritual de los barrios periféricos, la desaparición de los patronazgos y la carestía de sacerdotes no han hecho más felices a los franceses. Es una evidencia.

Y además quiero decir que, si incontestablemente existe una moral humana independiente de la moral religiosa, sin embargo la República tiene interés en que exista también una reflexión moral inspirada en convicciones religiosas.

Primero, porque la moral laica siempre corre el riesgo de agotarse o de derivar hacia el fanatismo cuando no va vinculada a una esperanza que llene la aspiración a lo infinito. Y además, porque una moral desprovista de lazos con la trascendencia está mucho más expuesta a las contingencias históricas y finalmente a la fragilidad. Como escribió Joseph Ratzinger en su obra sobre Europa, "el principio hoy en curso es que la capacidad del hombre sea la medida de su acción. Lo que se sabe hacer, se puede hacer". Pero al final el peligro es que el criterio de la ética ya no sea intentar hacer lo que se debe hacer, sino hacer todo aquello que sea posible hacer. Es una enorme cuestión.

En la República laica, un político como yo no puede decidir en función de consideraciones religiosas. Pero es importante que su reflexión y su conciencia estén iluminadas sobre todo por juicios que hacen referencia a normas y convicciones libres de contingencias inmediatas. Todas las inteligencias, todas las espiritualidades que existen en nuestro país deben tomar parte en ello. Seremos más sabios si conjugamos la riqueza de nuestras diferentes tradiciones.

Por eso voto por el advenimiento de una laicidad positiva, es decir una laicidad que, siempre velando por la libertad de pensar, de creer y no creer, no considere que las religiones son un peligro, sino que son un valor. No se trata de modificar los grandes equilibrios de la ley de 1905: ni los franceses lo desean, ni las religiones lo piden. Al contrario, se trata de buscar el diálogo con las grandes religiones de Francia y de tener como principio el facilitar la vida cotidiana de las grandes corrientes espirituales, en vez de complicársela.

Para terminar mis palabras quisiera dirigirme a aquellos de ustedes que se hallan comprometidos en las congregaciones, en la curia, en el sacerdocio y en el episcopado o que actualmente siguen su formación de seminarista. Simplemente querría comunicarles los sentimientos que me inspira su opción de vida.

(...)

Lo que quiero decirles como presidente de la República, es la importancia que otorgo a lo que ustedes hacen y a lo que ustedes son. Su contribución a la acción caritativa, a la defensa de los derechos del hombre y de la dignidad humana, al diálogo interreligioso, a la formación de las inteligencias y de los corazones, a la reflexión ética y filosófica, es de primera importancia. Arraiga en lo más profundo de la sociedad francesa, en una diversidad frecuentemente insospechada, igual que se despliega a través del mundo.

(...)

Al dar en Francia y en el mundo este testimonio de una vida entregada a los otros y llena de la experiencia de Dios, crean ustedes esperanza y hacen ustedes que crezcan los sentimientos más nobles. Es una suerte para nuestro país, y yo, como presidente, lo considero con mucha atención. En la transmisión de los valores y en el aprendizaje entre el bien y el mal, el profesor nunca podrá sustituir al pastor o al cura, porque siempre le faltará la radicalidad del sacrificio de su vida y el carisma de un compromiso transportado por la esperanza.

(...)

En este mundo paradójico, obsesionado por el confort material y que al mismo tiempo busca cada vez más el sentido y la identidad, Francia necesita católicos convencidos que no teman afirmar lo que son y en lo que creen. La campaña electoral del 2007 ha demostrado que los franceses tenían ganas de política a poco que se les propusiera ideas, proyectos, ambiciones. Mi convicción es que también esperan espiritualidad, valores, esperanza.

(...)

Francia necesita creer de nuevo que no va a sufrir el futuro, porque va a construirlo. Por eso necesita el testimonio de aquellos que, impulsados por una esperanza que les trasciende, todas las mañanas se ponen en camino para construir un mundo más justo y más generoso.

Esta mañana he ofrecido al Santo Padre dos ediciones originales de Bernanos. Permítanme concluir con Él: "el futuro es algo que se supera. No se sufre el futuro, se hace. (...). El optimismo es una falsa esperanza para uso de cobardes (...). La esperanza es una virtud, una determinación heroica del alma. La más alta forma de esperanza es la desesperanza superada". ¡Qué bien comprendo el gusto del Papa por ese gran escritor que es Bernanos!

Donde quiera que ustedes actúen, en los barrios, en las instituciones, cerca de los jóvenes, en el diálogo interreligioso, yo les apoyaré. Francia tiene necesidad de su generosidad, de su coraje, de su esperanza."

35 años de Holocausto.

Fue un 22 de enero de hace 35 años cuando el Tribunal Supremo de USA dictó la sentencia Wade versus Roe. Se implantó entonces la práctica legal del terrorismo intauterino, que ha conducido al mayor Holocausto de la historia.

Mengüe Dios las culpas de los responsables y no sea muy riguroso con nuestra pasividad, nuestra debilidad, nuestro olvido, ante tamaño horror.

Imágenes en You Tube de la persecución religiosa en España.

Imágenes en You Tube de la persecución religiosa en España.

A. David M. Rubio y F. Guijarro, con César Vidal, en Libertad Digital, en "Corría el año": http://www.youtube.com/watch?v=kG6RSw_gU8k&feature=related

Serie "Persecución religiosa", que en en el índice de You Tube no guarda orden:

1.- http://www.youtube.com/watch?v=Sk8wKCHHvbQ&feature=related / 2.- http://www.youtube.com/watch?v=JAaXfQHtVtk&feature=related /

3.- http://www.youtube.com/watch?v=YpBV6DXLnzg&feature=related  / 4.- http://www.youtube.com/watch?v=Et7dZiz8WG0&feature=related

5.- http://www.youtube.com/watch?v=aqtjQzbbkr0&feature=related / 6.- http://www.youtube.com/watch?v=cMHbdgC2N3s&feature=related

7.- http://www.youtube.com/watch?v=fyUxD5ead8s&feature=related / 8.- http://www.youtube.com/watch?v=tCb6Fb6mJ6c&feature=related

9.- http://www.youtube.com/watch?v=NHyfok8NYjo&feature=related / 10.- http://www.youtube.com/watch?v=bjQKqjATk8c&feature=related

11.- http://www.youtube.com/watch?v=nzpEhtsUdlg&feature=related / 12.- http://www.youtube.com/watch?v=_vFa26tix54&feature=related

 

Manifiesto por la verdad histórica.

Eminentes historiadores han hecho público un manifiesto que suscribimos en su integridad. Desde la pequeñez de este medio contribuimos a darlo a conocer y animamos a nuestros lectores a que lo divulguen.-

Diversos políticos y partidos propugnan una determinada visión de nuestro pasado mediante la llamada Ley de Memoria Histórica. Este acto, por sí mismo, constituye un ataque a las libertades públicas y la cultura.

De modo implícito, pero inequívoco, la ley atribuye carácter democrático al Frente Popular. Hoy está plenamente documentado lo contrario. Dicho Frente se compuso, de hecho o de derecho, de agrupaciones marxistas radicales, stalinistas, anarquistas, racistas sabinianas, golpistas republicanas y nacionalistas catalanas, todas ellas ajenas a cualquier programa de libertad.

También está acreditado suficientemente que, ya antes de constituirse en Frente, los citados partidos organizaron o colaboraron en el asalto a la república en octubre de 1934, con propósito textual de guerra civil, fracasando tras causar 1.400 muertos en 26 provincias; y que, tras las anómalas elecciones de febrero de 1936, demolieron la legalidad, la separación de poderes y el derecho a la propiedad y a la vida, proceso revolucionario culminado en el intento de asesinar a líderes de la oposición, cumplido en uno de ellos. Esa destrucción de los elementos democráticos de la legalidad republicana hundió las bases de la convivencia nacional y causó la guerra y las conocidas atrocidades en los dos bandos y entre las propias izquierdas.

La Ley de Memoria Histórica alcanza extremos de perversión ética y legal al igualar como “víctimas de la dictadura”, a inocentes, cuyo paradigma podría ser Besteiro, y a asesinos y ladrones de las checas, cuyo modelo sería García Atadell. Así, la ley denigra a los inocentes y pretende que la sociedad recuerde y venere como mártires de la libertad a muchos de los peores criminales que ensombrecen nuestra historia. También erige en campeones de la libertad a las Brigadas Internacionales orientadas por Stalin, a los comunistas que en los años 40 intentaron reavivar la guerra civil o a los etarras que emprendieron en 1968 su carrera de asesinatos. ¿Cabe concebir mayor agravio a la moral, la memoria y la dignidad de nuestra democracia?

La falsificación del pasado corrompe y envenena el presente. Nos hallamos ante una clara adulteración de nuestra historia agravada por la pretensión de imponerla por ley, un abuso de poder acaso compatible con aquel Frente Popular, pero no con una democracia moderna. La sociedad no puede aceptarlo sin envilecerse: los pueblos que olvidan su historia se condenan a repetir lo peor de ella.

Que el silencio no nos condene.

 

Pío Moa (historiador), César Alonso de los Ríos (ensayista), Federico Jiménez Losantos (ensayista y periodista), José María Marco (historiador), Adolfo Prego (magistrado del Tribunal Supremo), Milagrosa Romero Samper (historiadora), Pedro Schwartz (catedrático Universidad), José Luis Orella (historiador), Ricardo de la Cierva (historiador), Jesús Palacios (historiador), Juan Carlos Girauta (ensayista), Sebastián Urbina (profesor de Filosofía del Derecho), César Vidal (historiador), José Vilas Nogueira (catedrático Universidad y escritor), y 7.641 firmas más.

Mbororé, o la discrección de los buenos. AFlrs.

Mbororé, o la discrección de los buenos. AFlrs.

En la primavera de 1641, una fuerte expedición formada por 450 bandeirantes de la colonia portuguesa de Sao Paulo y varios miles de indios salvajes, adiestrados para el saqueo, atacó por enésima vez la zona comprendida entre el río Uruguay y el alto Paraná, donde se asentaban las más importantes de las misiones jesuíticas del Paraguay.

En 1604 se había fundado la Provincia Jesuítica del Paraguay, que había conseguido un inusitado éxito entre los guaraníes, hasta el punto de que en 1628 existían trece grandes reducciones en las que vivían más de cien mil indios.

Los bandeirantes paulistas, que en sus correrías por el interior brasileño cautivaban indígenas para venderlos como esclavos, pronto pusieron en peligro estas misiones. Las incursiones contra las mismas eran particularmente rentables, ya que los bandeirantes podían capturar de una sola vez grandes cantidades de esclavos y obtener por esos indios, ya habituados al trabajo y civilizados por los jesuitas, un precio mucho mayor que por los salvajes de las selvas.

Entre 1628 y 1631 deben haber sido aproximadamente sesenta mil los indios de las reducciones, ya convertidos al cristianismo, que fueron cautivados y luego vendidos en los mercados brasileños de esclavos. Se saqueaban y se reducían a cenizas las misiones. Sólo las de Loreto y San Ignacio, favorablemente situadas, pudieron mantenerse.

A la larga iba a ser imposible conservar los puestos avanzados, por lo que los jesuitas decidieron evacuarlos. Lo que siguió fue un éxodo de proporciones bíblicas. Más de diez mil indios navegaron por el Paraná hacia el sur, en botes y almadías de troncos. Sufrieron duras privaciones y grandes pérdidas, pero marcharon hacia la libertad que les ofrecían, más al sur, las reducciones jesuíticas, situadas en la actual provincia argentina de Misiones.

Con esta retirada, la monarquía española perdió un dilatado territorio a manos de los portugueses. Pero estos no cejaron en su acoso a las misiones, que encontraban escaso respaldo en los colonos españoles, poco abundantes en aquellos territorios.

Ante aquella situación, los jesuitas decidieron organizar ellos mismos su propia defensa. Pidieron autorización a la Corona para armar a los guaraníes y cuando les fue concedido procedieron a instruirles militarmente. No eran escasos entre ellos los veteranos de las guerras de Flandes. En aquellos siglos, de intensa vivencia religiosa, fue bastante habitual que personas que brillaban en la milicia, la política, o la cultura, experimentaran a lo largo de su vida una intensa conmoción, que les condujo a tomar los hábitos, renunciando al éxito de la vida pública. Destacados fueron, entre otros muchos, el del Duque de Gandía, convertido en humilde jesuita, y el de Andrés de Urdaneta, el mejor navegante de la historia, profeso en el convento agustino de Ciudad de México.

Varios de estos antiguos militares, entre ellos Domingo de Torres, Juan Cárdenas y Antonio Bernal, legos de la Orden, dirigieron la instrucción y prepararon al contingente guaraní. Desde Buenos Aires fueron enviados once hombres de armas españoles, con algunos centenares de mosquetes y arcabuces, que contribuyeron al encuadramiento de los indígenas.

Sin embargo, el mando directo de las operaciones correspondió a los propios guaraníes que, organizados en compañías bajo la dirección de sus propios caciques, convertidos en oficiales para la ocasión, esperaron esta vez a pié firme a los bandeirantes y a sus auxiliares indígenas.

Los confiados invasores se encontraron con una resistencia encarnizada en un lugar remoto llamado Mbororé. Armadas poco más que con arcos, hondas y piedras, garrotes y macanas las milicias guaraníes consiguieron aplastar drásticamente a los bandeirantes después de varias jornadas de lucha sin cuartel. Las Misiones se habían salvado y no volverían a ser atacadas en muchos años.

Aquella batalla olvidada, que hoy conmemora una humilde cruz de palo, consolidó una experiencia que venía de lejos y que constituye una de las más valiosas aportaciones españolas a la evolución de la conciencia de los hombres: los indios eran seres humanos libres, como había proclamado la corona española. Nadie tenía derecho a esclavizarles ni a despojarles de su humanidad y por esa convicción merecía la pena luchar y morir, incluso si el agresor pertenecía, como en este caso, al mismo universo cultural, desgraciadamente también de raíz cristiana.

Pero la experiencia había comenzado mucho antes, casi en los albores del descubrimiento y llevaba, como otros muchos aspectos de nuestra historia, la impronta de aquella gran mujer que fue la Reina Isabel de Castilla.

Para la mentalidad de la época, la esclavitud no planteaba excesivos dilemas morales. Se aceptaba su existencia y se justificaba en determinadas circunstancias. El descubrimiento de América colocó a los españoles ante una realidad nueva: la existencia de grandes masas humanas, que pertenecían a un universo cultural diferente, pero que no eran hostiles en principio y cuyo atraso tecnológico y social les hacía susceptibles de ser dominados con relativa facilidad.

La tentación de la esclavitud surgió por ello de manera inmediata. Ya Colón tuvo que ser reprendido por los Reyes por traer cargamentos de indios caribeños para ser vendidos como esclavos. La disculpa de que se trataba de salvajes antropófagos, inicialmente aceptada, fue posteriormente rechazada cuando, gracias a la denuncia de los frailes de La Española, se descubrió su falsedad. Por ello, en 1500, la Corona prohibió la esclavitud de los indios, proclamando su inalienable derecho a ser libres.

Este reconocimiento general del derecho a la libertad de un colectivo humano tan amplio como el de los indios de América, supone un paso fundamental en el avance moral de la humanidad hacia el reconocimiento intrínseco de la libertad como valor indisociablemente ligado a la condición humana y extensible por ello a todos los hombres. De ahí la impresionante modernidad de la política respecto a los indios iniciada por los Reyes Católicos y continuada por sus sucesores, que contrasta intensamente con la desarrollada por el resto de las naciones europeas que intervinieron en América.

Una política que se plasmó en las Nuevas Leyes de Indias, en las que se prohibió la esclavitud de los indios, incluso en guerras justas, y que influyó decisivamente en la Bula Papal de 1639, que amenazó con la pena de excomunión a los esclavizadores.

Los debates sobre el trato a los indios presentaron una hondura moral extraordinaria y afectaron desde el principio a todos los estamentos de la sociedad castellana. Fray Bartolomé de las Casas no clamó en el desierto sobre el mal trato a los indios. Fue recibido por Cisneros y por Carlos V, que ordenó su participación en las Juntas creadas para corregir los abusos denunciados, que, nunca corregidos del todo, fueron combatidos sin descanso por las autoridades y especialmente por la Iglesia española.

Estos debates no quedaron en el limbo de la teoría, sino que se luchó por su aplicación práctica: se prohibió imponer la conversión a los indios; Felipe II ordenó por Ley que la prédica del Evangelio y los Sacramentos debía realizarse en la lengua de los indios; las Leyes nuevas prohibieron las prestaciones personales, incluso si los indios las aceptaban libremente y se crearon cátedras en las universidades para estudiar las lenguas nativas más extendidas.

Los tremendos abusos e injusticias cometidos constituyen un baldón irreparable que no puede disculparse con el argumento de que otros lo hicieron peor. Pero tampoco puede hacerse una valoración objetiva si se olvida el tremendo combate por la justicia que ennobleció el proceso de la conquista y que llevó a la conversión duradera de grandes masas humanas. Un proceso que tendió más a las relaciones comunitarias étnicas que a la segregación racial; y que, en los espíritus más generosos, llegó hasta al reconocimiento admirado de la humanidad del adversario, como en el caso de Ercilla, quien en uno de los más importantes poemas de la literatura española, La Araucana, elogió el valor y la decisión de sus enemigos indígenas en la defensa de su independencia y de su forma de vida.

Resulta cuando menos curioso, que para ilustrar este debate, y ponerlo en sus justos términos, haya que acudir a estudiosos extranjeros. Mientras que se han vertido ríos de tinta para poner de relieve los aspectos más oscuros de la acción española, pocos intelectuales de nuestra patria han dedicado esfuerzos a ilustrar las hermosas páginas que llenan nuestra historia.

Mbororé me parece un monumento a la humanidad y a la justicia, pero su nombre es desconocido entre nosotros y sus protagonistas han pasado a un inmerecido y cruel olvido. Espero que estas líneas puedan transmitir algo de mi conmoción, cuando descubrí, en un autor extranjero, las hazañas de aquellos hombres humildes, legos jesuitas, indios cristianizados, pobres soldados desterrados a las colonias. Hombres que combatieron con honor en la eterna lucha por la justicia, hombres de apellidos familiares en los que reconocemos nuestra forma de ser y nuestras motivaciones. Que alentaron la esperanza y se sacrificaron sin esperar nada terrenal a cambio. Y que pasaron al olvido con la discreción de los buenos.

N. de la R.- En la página http://www.cervantesvirtual.com/bib_tematica/jesuitas/misiones/misiones.shtml se encuentran interesantes textos sobre las reducciones jesuíticas guaraníes. En http://www.cervantesvirtual.com/bib_tematica/jesuitas/seleccion_textos/seleccion_textos2.shtml se hallan las providencias reales para el extrañamiento de la Compañía.

 

Feliz Navidad y venturoso 2008

Feliz Navidad y venturoso 2008

En probe pesebre

tendidico está,

¡el probe muetico

cómo llorará!

Muy fría es la nieve

que cayendo está,

¡ay el probetico

qué frío tendrá!

(Villancico de Valtierra, Navarra, que cantaba la Primera Bandera de FE en la navidad del 36, según testimonio de Javier Nagore)

Vergüenza, asco, da a veces ser humano.

En Madrid, con el consentimiento cómplice de las autoridades, se practican cada año alrededor de 22.000 abortos, como el que aparece en las imágenes que "Intereconomía TV" ha conseguido colocar en You Tube.

Lo más probable es que, como ha sucedido en otros casos, el video sea prontamente censurado, de modo que conviene apresurarse a verlo. Está, de momento, en:

http://www.youtube.com/v/R0WXNl3HCA4

Visto esto, cuesta pensar que se conceptúe como "bien posible" el voto a quienes permiten esto, aplicando laxa y mansamente la Ley.