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...el Rastro sigue...

Que los navegantes no digan que no se les avisó.

Elecciones 2008. Resultados de algunas formaciones, según la página güeb del Ministerio del Interior

Partido

NºVotos 08

% Votos 08 

Escaños 08

NºVotos 04

% Votos 04 

Escaños 04

FE de las JONS

13.413

0,05%

0

12.266

0,05%

0

DN

12.588

0,05%

0

15.180

0,06%

0

AES

7.078

0,03%

0

-

-

-

FA

4.842

0,02%

0

4.589

0,02%

0

SAIn

4.460

0,02%

0

-

-

-

AuN

2.780

0,01%

0

923

0,00%

0

FRENTE

1.427

0,01%

0

-

-

-

MFE

60

0,00%

0

-

-

-

El futuro escrito anteayer. ETA y 9-M. Una previsión de Joan Valls.

Hay gente con gran capacidad de averiguar el futuro. Unos son los profetas, a quienes el Altísimo carga con ese don. Otros los analistas, estudiosos que se aplican a la prospectiva política. Uno de estos últimos es el para mí hasta ahora desconocido Joan Valls, quien publicó en en el blog

http://www.debate21.com/articulos.php?id=6219

el texto que a continuación se transcribe, ni más ni menos que el pasado 23 de enero, a las 9:51: muchos días antes del asesinato del infortunado Isaías Carrasco, muchos días antes de la victoria del PSOE.

Me lo ha dado a conocer Alberto G gel.


Joan Valls  SEMILLAS DE SONRISAS La ETA frente al 9M

A medida que nos acercamos al 9M, resulta inevitable preguntarnos cuál será la estrategia de la banda terrorista ETA durante la campaña electoral. La ilegalización a cámara lenta de ANV y PCTV y un cierto acoso policial en el ámbito del terrorismo callejero han ido acompañados de la condena simbólica a Atutxa. El desgobierno de Rodríguez, apoyado en una justicia con poca credibilidad, intenta recuperar el prestigio perdido a lo largo de cuatro años de desprecios a las víctimas del terrorismo nacional socialista vasco.

El pronóstico sobre la estrategia terrorista es siempre un campo complicado y desagradable. Hablamos de asesinatos premeditados, en el que las connivencias son, a menudo, previsibles. No obstante, tratar de anticipar el tipo de atentado puede ayudar a salvar vidas, y ése es el propósito de este artículo.

¿Le interesa al terrorismo vasco un cambio de Gobierno? La lógica dicta que no. A pesar de la escenificación en el último año de ruptura de negociaciones, la ETA encontró en este desgobierno un respiro con el que ni tan siquiera soñaba en pleno acoso del ejecutivo de Aznar. Es muy posible que nos encontremos en un paréntesis cuyo cierre se pondrá el 10 de marzo. A partir de ahí, los hombres de paz resurgirán. Pero, para ello, es imprescindible que el PP no recupere el gobierno.

¿Qué parte del guión nos espera en estas últimas seis semanas? Si a la ETA le interesa prolongar el desgobierno surgido del 11M, habría que temer su irrupción en la campaña electoral con un atentado contra políticos. No se trataría de un atentado indiscriminado al estilo de la T4, sino del asesinato de un miembro del partido socialista. Eso, siguiendo el paradigma terrorista, presentaría al PSOE como enemigo declarado de la banda y eliminaría de la retina de los votantes la idea de que Rodríguez ha estado dialogando con los asesinos durante parte de la legislatura. Hablamos de lógica terrorista pura y dura, por lo que los parámetros de la civilización no tienen validez en la estrategia.

La ilegalización de las presuntas marcas terroristas podría tener como respuesta el asesinato de un político socialista que no goce de protección. En la lógica terrorista, equivaldría a la acción y la reacción vendría poco después en forma de apoyo electoral al PSOE. Por ello, y dado que nos encontramos a las puertas de una Generales decisivas para los terroristas, es imprescindible que todos los políticos españoles extremen las medidas de seguridad.

Sobre el discurso de Sarkozy en San Juan de Letrán. Plotino.

A mayor abundamiento …

“Dialéctica de la secularización”.  Sobre la razón y la religión

(Joseph Ratzinger versus Jürgen Habermas)

Si algo se desprende, a modo de corolario, del discurso de Nicolas Sarkozy en la hermosa basílica romana de San Juan de Letrán en diciembre del pasado año, es que la Francia laica, hija de la Revolución, del Terror y del Imperio y nieta de la Enciclopedia, las Luces  y la Ilustración, debería mirar, aunque tan sólo sea de soslayo, al discurso, recurso y transcurso de las religiones que durante los últimos treinta-y-algunos siglos han jalonado, este hoy atrabiliario, Occidente.

No resulta desde luego indiferente, analizar y valorar el discurso arcano, profético y revelador de las grandes religiones que han conformado este occidente cristiano que tenemos, un occidente europeo, que mal que les pese a tirios y troyanos, se ha configurado a través de cuatro ingredientes básicos, pero no elementales: el helenismo, el romanismo, el germanismo y, por supuesto el cristianismo, elemento transversal y vertebrador de los anteriores:

La antigua Grecia, adquiriendo la conciencia de ser una identidad opuesta a Persia, como dice Christopher Dawson : “Es en los griegos de donde sacamos los caracteres más distintivos del Occidente en cuanto opuesto a la cultura oriental: nuestras ciencias y filosofía, nuestra literatura y arte, nuestro pensamiento político y nuestras concepciones de la ley y de las instituciones de gobierno libre” en definitiva, el valor del hombre y su racionalidad, como hoy todavía los entendemos. Luego Roma, que transmitió a los cuatro vientos, nunca mejor expresado, el legado helénico, herencia que había asimilado como suya en gran medida, añadiéndole su genio creador y, sobre todo, su capacidad de construir, organizar y conservar; todo su claro sentido de la política y del ordenamiento jurídico, de su eficaz disciplina y organización civil y militar, de su inapelable juicio en la organización del imperio, mediante soberbias infraestructuras y sólidas instituciones. Más tarde llegó el Cristianismo que infundió al Imperio un nuevo aliento para sostener estructuras cívicas y religiosas un tanto caducas; una brisa de aire nuevo y una tempestad que arrasó con cultos y mitos fuertemente enraizados, pero ya desgastados. Finalmente, los pueblos bárbaros, sobre todo germánicos, que aportaron, casi en sincronía con el cristianismo, savia nueva y revitalizadora con valores ya obsoletos en el Imperio, como los de lealtad, comunidad o hermandad.

Probablemente, el discurso de San Juan de Letrán se convertirá en luz de gas, dentro del actual estruendo mediático y convulso, en donde el ruido y la furia prevalecen frente a la quietud y el sosiego. Pero aún así, merece la pena subrayar el acontecimiento, al menos como punto de inflexión en un país que ha sido durante muchos años el adalid de la razón y del laicismo. Quiere decir, parece, su presidente, que una Francia republicana y laica no debe olvidar, que si bien dos siglos de positivismo y razón han construido un Estado unitario, homogéneo y grande, la libertad individual, enarbolada como estandarte de hegemonía y prevalencia, se verá seriamente mermada por la intolerancia y la soberbia de un laicismo exacerbado. A este respecto, conviene, quizás -no sin aventurar detractores-,  que hay una definición de laicidad-distinta a otra que podría denominarse laicista-, de la sociedad. Sería aquella concepción neutra, e incluso probablemente sólo etimológica (como contraposición a lo sagrado), que confiere a la sociedad un estatus de lega, pero no indiferente, en materia religiosa.

Hechas estas consideraciones, no es baladí, por tanto, aprovechar el discurso de San Juan de Letrán  para abundar en el siempre vidrioso conflicto entre fe y razón. Para ello, que mejor que dos personalidades que representan, dentro de uno y otro territorio intelectual, las más altas cotas de discernimiento, rigor y ecuanimidad. En 2004, antes de su elección como Santo Padre, el cardenal Joseph Ratzinger se ofreció para un diálogo sobre la razón y la religiosidad, con el filósofo, también alemán, Jürgen Habermas.  En ese instructivo y sedante diálogo, en la Academia Católica de Baviera, se encuentran no pocas claves de las que entre líneas se aprecian en el discurso de San Juan de Letrán.

El profesor J Habermas, premio Príncipe de Asturias 2004, en el diálogo con el cardenal J Ratzinger, sostiene que: (1) “los ciudadanos laicos han  de esforzarse por entender la perspectiva religiosa por más que no la compartan, contribuyendo activamente, al proceso de traducción de los contenidos normativos de las tradiciones religiosas a un lenguaje comprensible para todos. Con el paso de los siglos, en el cauce de esas tradiciones se han ido sedimentando percepciones morales, ideales de justicia y de vida nueva que hoy van siendo borrados por la lógica del mercado”. Habermas está persuadido de que “la humanidad occidental, enfrentada a una creciente pérdida de sentido, se encuentra hoy muy necesitada de ese bagaje moral. (…) No es necesario ser creyente para sacar provecho de la enseñanza bíblica, En definitiva ¿por qué habría de ignorar los recursos (…) que le brinda la sabiduría moral decantada en las tradiciones religiosas?”

El cardenal J Ratzinger, empeñado en subrayar el papel que desempeña la razón en el seno de la religión cristiana, sostiene que: “el cristianismo, ya desde sus inicios, se entendió como una religión ilustrada, como prueba su temprana alianza con la filosofía griega. Al optar por el Dios de los filósofos frente al Dios de las religiones se suma al esfuerzo desmitologizador del pensamiento racional. (…) Entra en escena como síntesis de fe y razón, como religión ilustrada que hace creíble su pretensión de ser la religio vera. (…) esta síntesis de razón y fe es consustancial al cristianismo que no quiera degradarse en fideísmo.”

Bien, como tema de discusión se propuso la siguiente pregunta: ¿El Estado liberal secularizado necesita apoyarse en supuestos normativos prepolíticos, es decir, en supuestos que no son el fruto de una deliberación y decisión democrática, sino que la preceden y la hacen posible?

El profesor Habermas, comienza con una respuesta negativa que argumenta racionalmente, pero que matiza clarividentemente. Una respuesta fundada en el liberalismo kantiano, por el desarrollado. A su juicio: “… el propio proceso democrático es capaz de salir garante de sus presupuestos normativos, sin necesidad de recurrir para ello a tradiciones religiosas o cosmovisivas.” No obstante precisa, que en un mundo globalizado, los mercados han adquirido tal dimensión que escapa incluso a cualquier control democrático, por lo que entre los ciudadanos se fomenta la impresión de estar sometidos a mecanismos incontrolables que favorecen inequívocamente la apatía en la participación política. Es por ello que entiende: “… la secularización hoy debe ser un proceso de aprendizaje recíproco, entre el pensamiento laico heredero de la Ilustración y las tradiciones religiosas, (…) ya que éstas, pueden aportar un rico caudal de principios éticos (…)”.

El cardenal Ratzinger, se refiere también al contexto histórico actual, al encuentro de distintas culturas y al poder destructivo de la técnica humana, sosteniendo que: “… no está claro que la democracia, pese a ser el mejor régimen político, esté en condiciones de garantizar una base ética, que regule la convivencia de los hombres y los pueblos.” ¿Pueden las religiones aportar los fundamentos éticos de una regulación jurídica? se pregunta Ratzinger. Como entiende que desviaciones y patologías hay tanto en las religiones como en la razón, insiste en el diálogo permanente entre ambas. “En Europa, (…) habrá de tener de interlocutores principales a la razón occidental secularizada a la religión cristiana, pero sin excluir a las demás culturas.”

Finalmente, y como colofón de su discurso, el profesor Habermas, concluye de forma brillante: “Ya que el Estado liberal precisa de la integración política de los ciudadanos, más allá del simple modus vivendi, es necesario que la separación de papeles … (entre la comunidad religiosa y el entorno social exclusivamente civil)… no se reduzca a una mera adaptación cognitiva del ethos religioso a las leyes impuestas por la sociedad laica. (…) El concepto de tolerancia en sociedades pluralistas concebidas liberalmente no sólo considera que los creyentes, en su trato con no creyentes o creyentes de distinta confesión, son capaces de reconocer (…) cierto tipo de  disenso, sino que por otro lado también se espera la misma capacidad de reconocimiento de los no creyentes en su trato con los creyentes.” Continúa: “La neutralidad cosmovisiva del poder estatal, que garantiza las misma libertades éticas para todos los ciudadanos, es incompatible con la generalización política de una visión del mundo laicista. Los ciudadanos secularizados, en cuanto (…) ciudadanos del Estado, no pueden negar por principio a los conceptos religiosos su potencial de verdad, ni pueden negar a los ciudadanos creyentes su derecho a realizar aportaciones en lenguaje religioso a las discusiones públicas.

En su corolario final, el cardenal Ratzinger, -cerrando el diálogo- coincide en gran parte con Habermas en las claves del diagnóstico sobre la sociedad postsecularizada y sobre la autolimitación por ambas partes. Resume, no obstante, su visión personal en dos tesis: 1. “Correlación necesaria entre razón y fe, razón y religión, que están llamadas a purificarse y regenerarse recíprocamente,…”. 2. “Sin duda los dos agentes principales (…) son la fe cristiana y la razón laica (…) sin caer en un falso eurocentrismo. Ambas caracterizan la situación actual como ninguna otra fuerza cultural. Pero ello no significa que nos podamos desentender de las demás culturas (…)”.

Madrid, 23 de febrero de 2008

(1) Del PRÓLOGO de Leonardo Rodríguez Duplá, para la publicación en castellano del texto “Dialéctica y Secularización” en Ediciones Encuentro, S., Madrid. 2005.

Pizarro tiene pasado, y conviene no ignorarlo.

Pizarro tiene pasado, y conviene no ignorarlo.

 Manuel Pizarro, ex presidente de Endesa, fichado por Mariano Rajoy para ir de número dos en la lista del PP por Madrid en las elecciones del 9-M, y que, en caso de ganar, sería el vicepresidente económico, fue el encargado de organizar, en el plano jurídico, la expropiación de Rumasa en 1983, cuando el ministro de Economía del Gobierno del PSOE de Felipe González era Miguel Boyer.

En concreto, Pizarro fue, entre los años 1983 y 1987, asesor jurídico del ministerio socialista de Economía, y cuando se produjo la expropiación de Rumasa, ocupaba el cargo de subdirector de Expropiaciones de la Dirección General de Patrimonio, un puesto clave a la hora de articular jurídicamente la expropiación de la empresa de José María Ruiz Mateos.

Hay información sobre el particular en:

http://aspa.mforos.com/visit/?http://www.diarioiberico.com/actualidad/pizarro-ayud%F3-al-psoe-a-expropiar-rumasa-18362.html 

y en

http://blog.ruiz-mateos.com/wp-content/uploads/2008/01/pizarro-y-rumasa.pdf

 

La brecha salarial entre ejecutivos y trabajadores se ha multiplicado por más de diez en los últimos 20 años.

La brecha salarial entre ejecutivos y trabajadores se ha multiplicado por más de diez en los últimos 20 años.

Transcibe SAIN las conclusiones de un informe de la Fundación Sindical de Estudios (FSE) de CCOO de Madrid, en el que se alerta de que los colectivos de jóvenes, mujeres e inmigrantes suman el 80% de los salarios bajos.

Ante estos datos, cabe preguntarse si las políticas del Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero son propias de un Gobierno de izquierdas. Acaso sí

 "Una élite de 541 miembros que formarían las cúpulas de las grandes empresas" tuvieron en 2006 una "retribución total de 482 millones de euros, con un sueldo medio de 891.000 euros y un crecimiento del 27% respecto al año anterior", subraya el informe de la FSE. "A partir de estas cifras", añade el estudio, los sueldos de los altos ejecutivos de las grandes empresas equivaldría a "45 veces el salario medio anual en España".

Los autores del estudio consideran que el fenómeno de la creciente precariedad en el mercado de trabajo, que impone niveles salariales más bajos, "se une al aumento de la brecha salarial que se viene produciendo en el interior de las empresas entre trabajadores y cuadros directivos".

Así, "si hace 20 años la diferencia salarial entre máximos directivos y puestos con menores salarios era de 10 a 20 veces superior, hoy aumenta hasta 100 ó 200 veces, sin incluir salarios en especie, pólizas de seguros, fondos de pensiones, etc.".

Al mismo tiempo, CCOO describe también en su informe la precaria situación de los nuevos empleos creados con salarios bajos, que son ocupados mayoritariamente por mujeres, jóvenes e inmigrantes.

 "Estos tres colectivos suman el 80% de los bajos salarios (esto es, los que no alcanzan el 60% del salario medio)". En el caso de las mujeres, la remuneración es un 30,8% menos que en el caso de los varones.

 "En el caso de los jóvenes la diferencia es un tercio inferior a la media" y los inmigrantes, ocupados mayoritariamente en la construcción, tienen sueldos hasta un 45% inferiores a la media, concluye el informe. No es de extrañar que la cúpula empresarial sea quien esté más feliz con su presencia.

¿Es éste el bien posible?

¿Es éste el bien posible?

El autor del cartel, con tanto acierto como mala uva, recoge las declaraciones del candidato del PP, en la entrevista que le hizo Pedro J. Ramirez, en la edición impresa de El Mundo, que aparece transcrita en http://www.elmundo.es/papel/2008/01/28/espana/2315473.html

Hacia otra visión del XIX. Intervención española en Italia en favor de Pio IX. Antº Fl res.

Hacia otra visión del XIX.  Intervención española en Italia en favor de Pio IX. Antº Fl res.

Pio IX con Franciso II, Rey de las Dos Sicilias, en el Quirinal, en 1859. 

La oleada revolucionaria que afectó a una gran parte de las naciones europeas en  1848, no tuvo apenas repercusiones internas en España, pero sus consecuencias sí que afectaron, sobre todo a la política exterior española.

Como consecuencia de los excesos de los revolucionarios italianos, en 1849, el Papa Pío IX, recibido inicialmente con aplausos por los liberales  por su talante y su patriotismo, debió huir de Roma y se refugió en Gaeta, que entonces formaba parte del Reino de Nápoles, cuyos gobernantes Borbones se oponían activamente al proceso revolucionario.

El Gobierno de Narváez ordenó rogativas en todas las iglesias para implorar al Altísimo que tuvieran pronto término las tribulaciones del Pontífice. A su condición de Papa, que ya le suponía la devoción de los católicos de España, Pío IX unía sus especiales vinculaciones con nuestro país. De joven residió en Mallorca por estar allí refugiada su familia como consecuencia de la invasión de Italia por los republicanos franceses y Napoleón. Allí estudió en el seminario y recibió sus primeras órdenes. Siempre había manifestado un gran cariño por España, que esta vez iba a ser sobradamente correspondido.

Un Gobierno conservador español no podía permanecer impasible ante las tribulaciones del Pontífice, sufridas como propias por la mayoría de los católicos del País. Narváez reaccionó con rapidez enviando un barco, salido de Barcelona, en su auxilio. Pero no llegó a tiempo por lo que Pío IX tuvo que refugiarse en un barco francés que le trasladó hasta la ciudad napolitana de Gaeta. No obstante el Gobierno español puso a su disposición Las Baleares como residencia provisional.

Para la opinión católica de Europa, las afrentas al Papa se consideraban casi un sacrilegio. La destrucción del poder soberano del Romano Pontífice podía ser el anticipo de su perdida de independencia pastoral y una catástrofe para la Iglesia y para el mundo. Por ello los gobiernos de las naciones confesionalmente católicas de Europa (En aquellos momentos España, Nápoles y Austria, pues la recién proclamada república francesa hacía gala aún de laicismo militante), enviaron representantes a Gaeta, que reconocieron la necesidad de reponer al Papa en Roma.

Pero el Imperio Austro húngaro difícilmente iba a poder intervenir en el centro de la Península. Atrapado entre su conflicto con el Piamonte y las sublevaciones de Hungría y Venecia, resultado de las convulsiones de la oleada revolucionaria de 1848, luchaba desesperadamente por su propia supervivencia. Por su parte, los Borbones de Nápoles, bastante tenían con mantener su precario control  sobre sus díscolos súbditos. Por exclusión le tocó a España intervenir en Italia a favor del Papa. El General Córdoba preparó rápidamente un ejército de 4.000 hombres de tropas escogidas,  que sería seguido con prontitud por importantes refuerzos.

Lo que casi nadie esperaba en Europa era que el Presidente de la recién estrenada Segunda República Francesa, aupado al poder por los muy anticlericales revolucionarios de 1848, fuese a realizar uno de los más bruscos, y afortunados, cambios de posición que recuerda la historia. Su designio personal, heredado de su imperial tío, consistía en asegurarse el poder en Francia y para ello necesitaba desesperadamente conseguir el apoyo, o como mínimo la neutralidad de los católicos franceses, que constituían la mayor parte de la población y  que estaban indignados por los excesos de los revolucionarios. Ante las noticias de Italia y de la expedición española, Luis Napoleón reaccionó con celeridad. El ejército y la escuadra francesa, organizados rápidamente en Tolón por el mariscal Oudinot intervinieron eficazmente, anticipándose por tan solo dos días a la llegada de las tropas españolas.

El Gobierno español envió también una escuadra, dirigida por el almirante Bustillo y cuyo segundo era D. Juan Bautista Topete (Con quien volveremos a encontrarnos). Esta escuadra se aseguró una base tomando la ciudad costera de Terracina, para abrir camino al General Córdova que avanzó hacia los Estados Pontificios.

Pronto llegaron considerables refuerzos, otros cinco mil quinientos hombres al mando del general Zavala, formándose así un ejército de envergadura suficiente para la intervención proyectada. Pero la acción de las tropas españolas se vio obstaculizada por la maquiavélica actuación de los franceses que adoptaron una actitud de enérgico protagonismo. Luis Napoleón pudo así  erigirse en único defensor del Pontífice, congraciándose con los católicos franceses, que pronto le apoyarían en su objetivo de restaurar el imperio Bonapartista.

Las tropas españolas se vieron reducidas al desairado papel de meras fuerzas de ocupación, por lo que una vez tomada Roma retornaron a España sin tan siquiera esperar la vuelta de Pío IX al solio pontificio. El Papa quedó así obligado a aceptar la protección francesa, lo que tendría dramáticas consecuencias para el futuro. Un ejército galo se instaló en Roma durante más de veinte años. Su retirada a raíz de la guerra de 1870 supuso el fin definitivo del poder territorial de la Santa Sede.

A pesar de que la presencia española se redujo a un paseo militar, tuvo cierta trascendencia tanto exterior como para consumo interno. Los italianos tuvieron ocasión de ver un ejército bastante lucido, modelo de marcialidad y disciplina, lo que no pasó inadvertido para las Cancillerías europeas. Evidenció también la decisión española de implicarse activamente fuera de sus fronteras en los acontecimientos que de una u otra manera le afectaran. Pero evidenció también una curiosa incapacidad para llevar a sus ultimas consecuencias las acciones emprendidas, que iba a caracterizar a la política exterior española del periodo.

En el interior del país la intervención fue mayoritariamente aplaudida. Incluso los historiadores más progresistas reconocen el dominante hartazgo de revoluciones y guerras civiles. Se había producido una reacción de raíz predominante religiosa, alentada por el romanticismo católico y estimulada por la influencia de los escritores franceses profusamente traducidos al castellano.

Para la historiografía progresista esta reacción ha resultado difícilmente comprensible. Uno de sus máximos exponentes, Morayta, contemporáneo de los acontecimientos descritos, se lamenta amargamente del olvido de los excesos de los apostólicos, aún reconociendo el cambio producido en la actitud mayoritaria del país. Otros historiadores menos objetivos analizan solo las estructuras del poder achacándolas un carácter dictatorial, que en parte tuvieron. Pero el respaldo mayoritario a la intervención española a favor del Papa no puede ignorarse y evidencia el movimiento de fondo de las corrientes políticas.

Contra lo que pueda parecer, existía entonces un cierto nivel de conciencia política y de libertad de expresión, por lo que la decisión del Gobierno fue objeto de fuertes críticas. Las más comunes calificaron de meramente sentimental la política de Narváez para con Pío IX, pues ningún interés español se encontraba directamente amenazado.

La expedición española a Italia marcó el camino que iba a seguir la acción exterior española durante los cuatro lustros siguientes. Las intervenciones en las que tan pródigo se mostró este periodo, pocas veces respondieron a intereses nacionales directos. En ellas se mezclaron el prestigio nacional y el idealismo; el mantenimiento del orden internacional y de lo que se entendía como civilización; la defensa del cristianismo y la restauración del papel de España en el mundo. Muchas intervenciones en cuatro continentes y en todos los mares, pero todas con un nexo común: A pesar de los éxitos España nunca sacó ninguna contrapartida práctica. No extendió sus posesiones ni su influencia política. Sus soldados dejaron la vida, muchas veces con nobleza y heroísmo y siempre con dignidad por causas más o menos  nobles, pero casi siempre inútiles. Como el Hidalgo manchego afrontaron tareas imposibles con medios insuficientes y sus dirigentes mostraron en muchas ocasiones una frivolidad soberbia que les llevó a interrumpir gratuitamente acciones que poco antes se habían considerado imprescindibles y que habían costado mucha sangre.

Hacia otra visión del XIX. Presencia naval española en las Américas. Antº Fl res.

Hacia otra visión del XIX. Presencia naval española en las Américas. Antº Fl res.

Casto Méndez Núñez, alcanzado por el fuego enemigo en la batalla de El Callao. 

Un poco antes del mediodía del dos de mayo de 1867, la fragata blindada Numancia abrió fuego contra las poderosas fortificaciones del puerto peruano de El Callao. Se iniciaba así el famoso combate del mismo nombre, el más importante que afrontó una flota española entre Trafalgar y las batallas navales del 98.

La presencia de una flota española de aquella envergadura en el Pacífico Sur más de cuarenta años después de la independencia  de las naciones suramericanas, respondía a una concatenación de casualidades y decisiones apresuradas tanto de los españoles como de las repúblicas del Pacífico.

Perú  había sido el bastión españolista en todo el periodo de las guerras que condujeron a la emancipación de las posesiones españolas. Nunca se sublevó, más bien al contrario, desde su territorio se organizó la recuperación española, que con muy pocos auxilios de la metrópoli, consiguió la restauración de la autoridad de la corona en gran parte del Sur del Continente Americano.

Se llegó finalmente a la independencia como consecuencia de la revolución liberal de 1820, que llevó a divisiones irreconciliables en el bando realista. Estas divisiones resultaron fatales para los españoles que en un año habían perdido todo lo recuperado desde 1814. Sin embargo el Perú hubiera seguido sin sublevarse de no haber mediado una doble invasión desde el sur, dirigida por San Martín y desde el norte encabezada por Bolívar.

La resistencia española se prolongó nada menos que hasta 1826, año en que se rindió la guarnición de El Callao asolada por una terrorífica epidemia y sin esperanzas ya de recibir auxilio desde la metrópoli.

Previamente había tenido lugar la batalla de Ayacucho, ultima gran batalla de las guerras que se venían librando desde 1810. En el acta de capitulación, el Virrey La Serna forzó la inclusión de un estipulado por el que el Perú se obligaba a pagar una fuerte suma de dinero  a España. Conocida como "deuda de la independencia", esta suma nunca pagada, había provocado una serie de fricciones. Como consecuencia España no reconoció la independencia de Perú. Esta situación se prolongó por muchas décadas en contraste con lo que sucedió con el resto de las posesiones americanas, cuya soberanía había sido paulatinamente reconocida.

La persistencia de las reclamaciones españolas fue alentada por la existencia de poderosas familias monárquicas, que soñaban con el restablecimiento del poder español, única esperanza de acabar con el marasmo en que se había convertido la vida política en la mayor parte de las nuevas naciones. Estas familias conservaban fuertes lazos con sus parientes españoles, en muchos casos nacidos en Perú y emigrados en el momento de la independencia, que poseían una influencia no desdeñable en la corte metropolitana.

En 1863, una flota española arribó al Pacifico Sur. Recibida inicialmente con distante cortesía, no exenta de cierta suspicacia, su presencia sirvió para reanudar las negociaciones diplomáticas sobre la deuda de la Independencia. Sirvió también para alentar las esperanzas de los partidarios de España.

Uno de los reiterados incidentes que ocasionaba la inestable situación del Perú ocasionó graves daños a propiedades españolas e incluso  la muerte de varios colonos  vascos. El suceso sirvió de pretexto para que los partidarios de España invocaran la protección de su flota. Un emisario de la Corona no fue recibido por las autoridades peruanas, lo que se consideró un agravio inaceptable. Buscando una fórmula de presión sobre el Gobierno peruano sin llegar a un conflicto bélico, la flota española procedió a ocupar las islas Chinchas.

Estas islas suponían en aquel momento una de las más saneadas fuentes de ingresos del erario peruano. Despobladas y sin agua, constituían el asentamiento de nutridísimas colonias de aves marinas, cuyas deyecciones, a lo largo de los siglos habían formado unos espesos depósitos de materia orgánica. Conocido como guano, era un excelente fertilizante, intensamente utilizado por las agriculturas más desarrolladas, en el periodo anterior a la aparición de los abonos minerales o de síntesis química. 

El Gobierno del Perú, privado de uno de sus principales ingresos y carente de una flota capaz de enfrentarse a la española, accedió a negociar. España envió al General Pareja, que había nacido en Lima, como comisionado regio. Las negociaciones culminaron en un tratado que la mayor parte de los peruanos consideró humillante, lo que debilitó aún más al ya débil gobierno del General Pezet, que fue finalmente derrocado por una asonada militar no exenta de respaldo popular.

El nuevo gobierno peruano, alentado por el respaldo diplomático de las naciones  hispanoamericanas, declaró la guerra a España, secundado por el chileno. En las operaciones de bloqueo una pequeña goleta española, la Covadonga fue apresada por un buque de mucho mayor porte y armamento: la fragata chilena Esmeralda. Este fracaso desmoralizó a la flota española llevando al suicidio a su jefe, el Brigadier Pareja.

La llegada de D. Casto Méndez Núñez al frente de la fragata acorazada Numancia supuso un revulsivo para una situación enquistada. Nombrado comandante de la escuadra del Pacífico, envió un ultimatum al gobierno chileno, tras el cual y previo el otorgamiento de un plazo para evitar víctimas civiles, procedió a bombardear el puerto de Valparaíso, prácticamente indefenso.

Fue en las conversaciones previas  a este bombardeo donde se pronunció una de las más populares frases del Siglo, que iba a incorporarse al acervo popular y a convertirse en un referente simbólico para los españoles. En el puerto chileno fondeaban sendas flotas inglesa y norteamericana. Ante la amenaza de sus respectivos almirantes de oponerse por la fuerza al bombardeo español, Méndez Núñez contestó: España, La Reina y yo preferimos honra sin barcos que barcos sin honra. La amenaza anglosajona no se concretó, pero la imagen de resolución alimentó el inconsciente colectivo del patriotismo español por varias décadas.

Sin embargo en América, el bombardeo de una ciudad indefensa, aunque fuera tomando todas las precauciones posibles para evitar víctimas civiles, provocó un verdadero vendaval de protestas junto con la acusación de cobardía dirigida a los marinos españoles. La  reacción de Méndez Núñez fue buscar el combate con la fuerza naval peruana y al eludirlo esta, dirigirse al fuertemente fortificado puerto de El Callao, haciendo caso omiso a las recién llegadas órdenes de interrumpir las hostilidades y regresar a la Metrópoli.

En el Museo naval de Madrid puede verse una plancha del blindaje de la Numancia alcanzada por el disparo de uno de los cañones peruanos. Resulta impresionante ver una plancha de ese grosor totalmente atravesada por el impacto, que por fuerza debió causar importantes daños en el interior del barco. Este objeto testimonia no solo la potencia de los cañones peruanos sino también su puntería.  Afrontarlos con un buque blindado era ciertamente arriesgado. Hacerlo con media docena de fragatas de madera, excedía con mucho el riesgo razonable que un marino debe afrontar.

Durante todo el siglo XIX se consideró que el bombardeo de fortificaciones terrestres bien armadas por parte de las flotas tenía tan pocas posibilidades de éxito que podía considerarse suicida. Solo los ingleses lo habían intentado en Argel en 1824, corriendo considerables riesgos que a la postre se transformaron en un éxito clamoroso. Pero el armamento de las fortificaciones de Argel no tenía nada que ver con los monstruosos y modernos cañones de El Callao, mientras que la protección de los barcos de madera españoles no había cambiado respecto a los que participaron en el bombardeo de Argel.

Por ello la decisión de realizar el bombardeo era ciertamente arriesgada, como se demostró a lo largo del combate. Tres de las cinco fragatas de madera sufrieron grandes daños, estando dos de ellas en riesgo de hundirse. Otra más sufrió un grave incendio que a punto estuvo de causar su pérdida. Su capitán, Sánchez Barcaiztegui, pronunció otra de las frases memorables de la campaña. Ante la orden de inundar los pañoles y retirarse del combate contestó: Hoy no mojo la pólvora, prefiero volar con mi navío. El incendio fue finalmente controlado y la fragata pudo reintegrarse al bombardeo.

Los peruanos tampoco salieron bien librados del combate. La mayor parte de sus cañones quedó desmontada y acallada. La torre blindada más importante de sus defensas voló alcanzada por un impacto directo y allí encontró la muerte el ministro peruano de la guerra José Gálvez con todo su estado mayor. Sin embargo al retirarse la escuadra española dos o tres de los cañones peruanos seguían disparando, por lo que estos reclamaron su victoria en el sangriento e inútil combate.

Los españoles faltos de municiones y considerando salvado su honor, procedieron a reparar sus fragatas de la mejor manera posible y a enterrar con honores a sus caídos en el combate. Después la tripulación cubrió las vergas y tras dar tres vivas a España y a la Reina, los barcos españoles se perdieron tras el horizonte, abandonando el Pacífico americano para siempre jamás.

Barcos modernos y eficientes, oficiales competentes y valerosos, tripulaciones disciplinadas y muy bien entrenadas. Algo importante había cambiado en la marina española, ayuna de éxitos en los cien años anteriores al combate de El Callao. Algo difícil de expresar con palabras, pero que tenía que ver con la evolución de España desde 1840, que había devuelto a los españoles, tras décadas de desastres de abandono y apatía, un aliento de confianza en si mismos.

El cambio de actitud fue percibido en el extranjero, donde el pabellón español volvió por poco tiempo, a colocarse entre los más respetados y a valorarse entre las cancillerías las buenas relaciones e incluso las alianzas con España.

La actitud de los marinos españoles fue altamente apreciada por los testigos presenciales, entre los que se encontraban barcos de guerra de varias nacionalidades. El elogioso informe que realizó el Almirante Pearson, jefe de la flotilla americana presente en el combate, tuvo efectos insospechados pocos años más tarde, cuando un buque español capturó en la costa cubana, en el interior de las aguas territoriales españolas al vapor norteamericano Virginius.

Estaba entonces en sus comienzos la insurrección cubana contra España y el Virginius transportaba armas para los insurrectos. Capturado tras disparar contra un buque de guerra español, su tripulación fue juzgada por piratería y parte de ella ahorcada en La Habana. El Gobierno de los Estados Unidos se planteó declararle la guerra a España, pero desistió de ello por considerar que la flota española sería un hueso demasiado duro de roer para la US Navy, recién salida de la guerra de Secesión.

El combate de El Callao fue la culminación en el mar de un proceso de reactivación de la presencia española en el mundo, paralelo al desarrollo que nuestra nación experimentó durante aquellos años, y que quedó interrumpido por el proceso revolucionario iniciado en 1868.  De este proceso la marina quedó malparada como consecuencia del abandono y de la insurrección Cantonal. Cartagena quedó en poder de los cantonalistas y con ella buena parte de la flota. Los barcos leales al Gobierno legítimo se vieron obligados a combatir con los sublevados, con las consiguientes pérdidas por ambas partes y la reducción final del conjunto a un estado lamentable.

Desapareció así uno de los activos que posibilitaron la acción exterior de España, para nunca volver a recuperarse con fuerza semejante. Otras catástrofes paralelas sumieron a nuestro país en un marasmo del que se tardó décadas en salir y que empalmó con nuevos desastres, proyectando hacia los historiadores contemporáneos la visión de un siglo fracasado e inútil, visión que se ha perpetuado hacia nuestros días.

Pero no todo el siglo fue igual. Entre 1843 y 1868 España conoció un periodo de estabilidad y desarrollo como no se había conocido desde hacía mucho tiempo. Fueron unos años fructíferos en los  que se sentaron las bases de la España del Siglo XX. Muchas de nuestras instituciones, la geografía de nuestras ciudades, el trazado de nuestras comunicaciones y bastantes de las características socioculturales más significativas, proceden de este periodo, mal tratado por la historiografía progresista dominante por que significó un receso tranquilizador entre dos procesos revolucionarios estériles y destructivos y porque al protagonismo del catolicismo moderado puede atribuírsele una gran parte de los éxitos alcanzados.

No todo fueron éxitos. Los procesos desamortizadores reforzaron el latifundismo, en lugar de fomentar  el crecimiento de los pequeños propietarios agrarios. Se consolidó así un sistema social injusto generador de graves tensiones cuya incidencia está clara en los conflictos civiles españoles. La corte, ñoña y bastante rapaz, obstaculizó alguna de las reformas más imprescindibles y  en ocasiones estimuló ó como mínimo colaboró con los procesos especulativos y la corrupción. Se generó una oligarquía económica que utilizó su riqueza, en muchos casos de dudoso origen, para caprichos suntuarios y para una  ostentación derrochadora, que resaltaba abyectamente con el pozo de miseria que afectaba a muchos sectores del pueblo español. Pero como se han publicado numerosos estudios que resaltan los fracasos e insuficiencias del periodo, conviene ocuparse de otros aspectos menos estudiados.